Esta misma semana, mientras me tomaba una caña en un bar de
Corrubedo, asisto sin querer a una conversación entre el dueño del local y una
clienta, sentados ambos a pie de barra. Hablaban sobre la crisis que llevamos
sufriendo en nuestras entrañas desde
hace varios años y me sorprendió de la charla que la gran culpa era del
pueblo que con su irresponsabilidad casi era causante de ella.
Decía uno y asentaba la otra, -más o menos-
que se vivió por encima de nuestras posibilidades, que se gastó más de
lo que podíamos y que ahora vienen las consecuencias.
Y yo, que pudiera coincidir en alguno de tan simples
comentarios, porque trabajo no hay, pero ganas de trabajar pienso que hay
menos, -o al menos cuando lo había, así lo interpretaba-, discrepo
profundamente en echarle la culpa de esta profundísima crisis al sufrido,
esquilmado y exprimido pueblo español en su conjunto.
Es bien cierto que si nuestro vecino tenía un coche de
marca, nosotros teníamos que tenerlo de una marca superior; si nuestro amigo o
vecino tenía apartamento en la playa o en la sierra, nosotros que menos que tener un chalet y si
nuestros hijos no sabían la regla de tres, al menos que tuvieran la última
tablet del mercado.
Es verdad que nunca entendí como los comercios en su inmensa
mayoría empezaban a abrir a partir de las 10 de la mañana, izando las persianas
cansinamente, y no porque fueran a cerrar a las 2 o a las 3. ¡Qué va! La
mayoría a la una y media ya estaban bajando las persianas otra vez.
Nunca entendí que iniciada la crisis los comercios siguieran
con su rutina cansina; yo, que tengo comercio abierto al público desde hace más
de 30 años, y que abro de lunes a domingo, incluido festivos –y donde la venta
de prensa tiene parte de culpa-, llegada la crisis decido abrir media hora
antes y cerrar media hora después, porque la crisis sólo se combate incrementando
el esfuerzo diario de todos y cada uno de nosotros.
Pero lo que no he oído en esa conversación, y eso sí me ha
avergonzado mucho, es la depredación de las entidades bancarias con sus
ejecutivos vaciando las arcas y el Gobierno llenándolas –se dice inyectar-; la
corrupción de la clase política y sindical, con prevaricaciones, cohechos,
malversación de caudales públicos, delitos fiscales…; la manipulación de
Gobiernos de turno, que en vez de actuar como estadistas parecen politicuchos
de una docilidad extrema y, encima la clase judicial, la alta, la de los altos
tribunales de justicia, cuya independencia queda en entredicho, porque son los mismos políticos a los que tienen
que procesar quienes los eligen.
Al día siguiente de tan “instructiva” charla de bar, la
prensa publica en grandes titulares que el Estado perdió 11.800 millones de
euros por la venta de Catalunya Banc, adquirida por el BBVA previamente
saneada, rellenada o inyectada, que todo esto parece ser lo mismo.
El erario público, que somos todos y cada uno de los
sufridos españoles, ha perdido en esta “saludable” operación nada menos que un
billón novecientos setenta mil seiscientos millones de las antiguas pesetas.
¡Nada más y nada menos!.
Como decía el insigne Castelao: Agora xa non temos ladróns;
agora levámoslle nós os cartos a casa.
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